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miércoles, 13 de enero de 2016

Travesía por el Sendero de las Majestuosas Montañas Venezolanas


Memisa Trotamundos
Imagen original de Te lo dice Memisa

Desde que era muy niña, mi familia siempre me enseñó el significado de viajar por los alrededores de mi país, la gran Venezuela, y es que es un país bendecido con hermosos paisajes y con distintas atracciones naturales. Recuerdo particularmente cuando llegó la temporada vacacional del año 2012, planifiqué con mis amigos salir de la rutina, darnos un descanso de lo cotidiano y respirar el aire puro de las montañas venezolanas; una de esas en las que la única voz que se escucha es la del viento susurrando entre los "frailejones", o el canto de las quebradas arrullándonos durante un reparador descanso, ese lugar mágico estaba escondido en "Los Paramos", fue así entonces como abrimos el corazón a uno de los miles de lugares que tenemos en nuestro país, con los viajes por Venezuela.


Crédito: Jorge Andrés Paparoni Bruzual

Inmediatamente arreglamos nuestras maletas, guardamos muchas cobijas y abrigos calientitos, llevamos algunas golosinas para el camino y nos subimos al autobús que va directo al Estado Mérida; debo resaltar que por ser de origen “playa”, es decir, por vivir en la costa, el mareo de la subida del camino me aturdió en un principio, pero vale la pena haberlo sentido porque así te puedes dar cuenta de lo vivo que estás y de la fuerza que tiene la naturaleza sobre ti, ¡qué majestuoso es cuando nuestra madre naturaleza reconoce que estás fuera de casa! No te puedes esconder en ningún lado, es lo maravilloso de la creación. La magia de nuestros andes, en los viajes por Venezuela siempre ha tenido ese especial atractivo para todos los amantes de las actividades turísticas en nuestro país, por esto es que a pesar de estar en un país caribeño, nadie de nosotros se atrevería a decir (sin sentir algo de pena) que no ha visitado en algún momento algún paraje andino. A pesar de la verdad que puede haber encerrada en esta premisa, hay lugares donde verdaderamente muy pocas personas se han atrevido a visitar, no tanto por su difícil acceso, sino también por estar alejado de esas comodidades tradicionales a las que estamos acostumbrados y que no permiten adentrarnos en la esencia de lo que el “páramo” representa, hacer nuestro ese aroma de arepa andina y café recién colado que se desliza entre gentiles manos trabajadoras o esa luz tenue con aroma a humo que sin darnos cuenta emerge de un típico fogón alrededor del cual se teje la historia de los “valles escondidos de los Andes Venezolanos”.

Mientras íbamos subiendo más y más en el taxi de un humilde meridense de nombre Pedro (quien se ofreció alegremente de guía turístico sin cobrarnos ni un centavo más de lo que costó el recorrido), pudimos apreciar la belleza de la luz como se ocultaba y salía sorpresivamente ante nuestros ojos para dejarnos maravillados de su esplendor; en ese momento me dije en mi interior “que hermosura tan espléndida y qué privilegio tan grande he tenido al venir acá”. Realmente me sentí como en casa durante el largo trayecto, en ocasiones veíamos pasar a los habitantes de los pueblitos más cercanos con sus respectivos abrigos tejidos de muchos colores y unos gorros contra el frío típicos de su vestuario tradicional; también el muy común enrojecido en las mejillas de las personas que parecía verse como un triángulo rosa al revés en sus mejillas, especialmente en los niños, que corrían por toda la calle en subidas y bajadas con ramitas de árboles en sus manos jugando por doquier, era realmente adorable ante la vista de cualquier persona que no fuese de allí.

Crédito: Photo RNW

En un abrir y cerrar de ojos (y sin contar las veces que nos mareamos debido a la altura), llegamos a un lugar donde nos íbamos a deleitar de una buena sopa de arvejas, según nos comentó nuestro amigo taxista Pedro. Al llegar al humilde local fuimos atendido con gran amabilidad, ellos al ver entrar a cuatro jóvenes que parecían estar un poco maravillados de todo, adivinaron rápidamente que se trataba de turistas, lo cual me dio mucha risa debo confesar; aun así nos trataron de maravilla, la dueña del local nos atendió personalmente y nos recomendó la mejor mesa junto a la ventana, nos sentamos muy gustosos en el lugar y entendí por qué la consideraban la mejor mesa del sitio, pues se podía ver la colina de piedras que conformaba la calle por donde habíamos llegado, una escuela a lo lejos que se veía muy colorida, en frente una plaza donde se encontraban varias personas tocando algún tipo de música tradicional muy melódica para mis oídos y, lo mejor de todo, la brisa fría tan rica podía pasar a través de la ventana y enfriarnos el rostro, ¡Dios, cómo disfrutábamos cuando eso pasaba, queríamos que nuestras mejillas obtuvieran esos triángulos rosas también!

Luego de reponernos físicamente seguimos nuestro recorrido y con los viajes por Venezuela, sin dejar de lado el delicioso y gustoso chocolate caliente, fue lo mejor que probé mientras estuve transitando por el camino, si mal no recuerdo tomé alrededor de 10 tazas o más seguramente. Me cuesta mucho discriminar entre todos los lugares hermosos que se extienden a lo largo de las altas tierras de nuestro país pero trataré de tomar en cuenta un elemento esencial: la facilidad de llegada; y es aquí que comenzaré hablando del “Valle de los Calderones”, llamado así, porque sus primeros habitantes fueron la familia Calderón de Mérida y algunos de sus descendientes que hoy prácticamente han abandonado el lugar. Así, me pregunté en un principio ¿dónde está ubicado?, pues descubrí que estaba cerquita, tan cerca que más de una vez lo habíamos visto y no nos atrevíamos a llegar. Después de asegurarnos que alguien nos pudiera atender, tuvimos que sacar un permiso de Parques Nacionales en el módulo respectivo en la estación del teleférico de Mérida (Barinitas) y desde “Mucunután” dirigirnos hasta la estación “La Aguada” por la ruta de “La Cañada” o “Los Callejones” donde, al llegar a la casa de Pedro Peña… que también ofrece posada, nos desviamos en dirección hacia “Los Calderones”, donde una pequeña casa que tiempo atrás ofrecía una cálida posada al viajero indicó que habíamos logrado nuestro objetivo, nos asombró el encanto de la bella quebrada que resaltaba aún más la magia que tenía el apartado lugar.

Crédito: Jorge Andrés Paparoni Bruzual

Después de salir de nuestro asombro, pudimos adentrarnos páramo arriba hacia el antiguo glaciar “Norte” del Pico Bolívar, del cual dos hermosos valles nos separaban, el del “Papayo” y el de “La quebrada del Sol”. Esta es una zona prácticamente dejada en el olvido desde la bajada de “Los Calderones” y Francisca a la ciudad de Mérida, sin embargo no ha perdido ningún privilegio a excepción de la calidez de sus antiguos habitantes.
Una vez terminado nuestro recorrido en cuanto a viajes por Venezuela, mis amigos y yo tuvimos la atrevida idea de la posibilidad de una acampada, lo más grandioso del caso fue que nuestro amigo taxista Pedro se nos unió, quedamos sorprendidos ante tal amabilidad y simpatía. Nuestro propósito era aprovechar la falta de disponibilidad de posadas por el sitio y así apreciar aún más la majestuosidad de ese hermoso Páramo. El objetivo de acampada partió del pueblo de Gavidia (Cercano a Apartaderos), por cierto en Gavidia les recomiendo ponerse en contacto con el Sr. Rómulo  de la posada “Michicaba” aparte de ser excelente anfitrión el podrá aclararle y ayudarlo a llegar al “Valle de Quita Sol”, que se encuentra en el páramo de Micarache, bajando hacia “Los Morritos”.

Nuestro mayor anhelo era pasar la noche despiertos, aprovechar que no había tanta neblina y ver las estrellas; lo asombroso de todo fue que hubo neblina pero se desvaneció al par de horas que estuvimos resignados a que no íbamos a poder ver nada; luego de repente ni señal de nubosidad alguna, corrimos hacia afuera de nuestras tiendas de acampar, muy abrigados sobre todo más que abrigados y nos tiramos en el suave pasto a ver las estrellas; realmente fue el espectáculo más hermoso que he visto en vida, lo recuerdo como si recién lo hubiera visto ayer, el color del cielo era un azul rey lleno de gigantes estrellas brillando fuertemente con tonos azules, blanquecinos y en algunos casos rojizos; sin lugar a dudas fue la mejor experiencia que pude haber tenido con nuestra madre naturaleza.

Crédito: Jorge Andrés Paparoni Bruzual

Al día siguiente, apreciamos el hermosos amanecer y recordamos que queríamos ir al otro valle, que aunque un poco más distante, era verdaderamente una maravilla natural que pudiera ser envidia de cualquier país del mundo… me refiero al “Valle de los Aranguren”, que tomando la vía de la “Laguna del Santo Cristo” al llegar al “Alto del Santo Cristo”, tomamos dirección hacia “El Portachuelo” y finalmente, después de una larga bajada, una extensa pradera de grama y algunas casas abandonadas que nos dejaron casi sin aliento por la belleza del lugar, nos indicaron que habíamos llegado. Conviene dejar bien arreglado el tema de los arrieros, especialmente en lo referente a precios, fechas y horas de regreso, número de bestias, etc. Podemos tomar como referencia que una mula y su arriero pueden costar alrededor de 1000 Bs. por día. Yo les recomendaría un “arriero” muy responsable que es el Sr. Manuel Romero, que lo pueden ubicar a través de la misma posada “Michicabá”, pero recuerden sostenerse muy bien pues el frío tremendo que siempre vive allí hace que no coordines bien tus movimientos, o como en mi caso, puedes tener movimientos tontos de los cuales todos se reirán; pero es lo hermoso de la travesía por el Páramo Andino Venezolano, por lo majestuoso de las montañas venezolanas, las amistades, las experiencias, las costumbres del lugar y sobre todo la hermosura de la naturaleza que te hará recordar que realmente formas parte de ella y jamás serás ningún extraño en sus senderos, así que no olvides de hacer tus viajes por Venezuela.

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